domingo, 24 de diciembre de 2017

Jockey

Frank Hayes siempre quiso correr. Su natural afinidad con los caballos lo llevó a ser peón de establo, vareador y entrenador, sin privarse de chapucear en la periferia de la veterinaria. A sus 35 años, él seguía soñando con correr. Su contextura física no lo había destinado para esa destreza y, sin embargo, logró pasar a la historia.
Sweet Kiss era una yegua de 7 años, baya, mansa, algo perezosa pero encantadora. Frank la entrenaba con esmero pero la yegua no podía triunfar en las pistas. Se le ocurrió una idea, la descartó inmediatamente, la abrazó con todo su ser. Convenció a Miss Frayling, amable y sosa dueña de Sweet Kiss y otros caballos, más por aburrimiento que por vocación, de que él podía montar y ganar de una buena vez con esa yegua remolona. Miss Frayling aceptó, mitad por desinterés en el tema.
Estamos en 1923, cuando existía la saludable costumbre de no consultar Internet ni nutricionistas. Frank se sometió a una estricta rutina de ejercicios y a una dieta demencial y bajó de 64 a 58 kilos en pocos días.
La carrera en Belmont Park era sobre 3.200 metros con obstáculos y ese 4 de Junio el sol, extrañamente, apenas entibiaba. Como era de esperar, las apuestas marcaban, inapelables, la escasa fe que una victoria de esa yegua perdedora generaba en la gente de burros. A Frank, eso no le importaba. Estaba feliz y convencido, como un niño en Navidad. Pese al clima agradable, sudaba copiosamente.
Desde la largada, ante la sorpresa general, la lucha se entabló feroz entre Gimme, la favorita, y Sweet Kiss; a la salida de una valla, incluso, se rozaron pero la pericia de los jockeys permitió que mantuvieran el equilibrio y siguieran tratando de imponer sus velocidades.
 Miss Frayling, con sus binoculares, advirtió que Frank corría los últimos 1.000 metros pegado a la yegua, abrazado a su cuello. La felicidad, ese pequeño zumbido en su vida, donde nada era demasiado intenso, la llevó a pensar: "¡Qué raro monta este hombre!".
Sweet Kiss ganó por medio cuerpo. La ovación tardó en llegar, retrasada por la incredulidad y el fastidio de los apostadores que rompían los boletos maldiciendo. Miss Frayling, los palafreneros, otras autoridades quisieron felicitar a Frank. No pudieron: sufrió un infarto promediando la carrera convirtiéndose en el primer deportista en ganar una competencia muerto. Sweet Kiss salió de perdedora pero jamás volvió a correr: hay poca gente más supersticiosa que los jockeys.