Mozo, la cuenta.

Soy un tipo amplio en mis gustos culinarios. Disfruto tanto del choripan al paso como de un plato elaborado. La mezcla o el exotismo de ciertos sabores no me asustan, por el contrario me atraen. En resumidas cuentas: no le hago asco a nada. Pero hay algo que me molesta en todos los aspectos: la presunción. Me disgusta particularmente ir a comer y encontrarme con platos cuyos nombres rozan la imbecilidad o, lo que es peor, la altivez:
•Ojo de bife grillado con emulsión de papas. (Nada cuesta inferir que el tipo del menú es un estupido al cual el noble puré de papas le resulta insuficiente y necesita aplicarle una palabreja presuntamente elegante)
•Pizza “Chabacana” c/ muzzarella, palmitos, anana, kiwi, panceta ahumada, brotes de soja y lonjas de jabalí. (¿Cómo alguien en su sano juicio puede inventar algo así? Solo por el hecho de parecer exótico este demente es capaz de postularse para chef personal de Marley)
Estos son algunos ejemplos de lo que quiero decir. Pueden parecer improbables, pero no son imposibles. Podríamos sumar al desagrado aquellos lugares en donde la porción parece mas acorde al estomago de una libélula (si es que lo tienen) que al de cualquier ser humano. Incluso sin tener hambre, te resultan una falta de respeto esas minucias presentadas como cuadros de Dalí pero que no superan la categoría de bonsái de la comida. Y encima los platos, los pagas a precio oro.
Todo este auge de snobismo tiene su explicación, al menos para mi: Los ’90 o el menemismo, como gusten. Menciono, al pasar, la ridiculez supina de dividir un barrio en: Hollywood; Queens; Soho y vaya a saber que mas se les ocurrirá a estos adalides del mal gusto.
No puedo olvidarme de los presumidos con las insufribles corbatas con diseños búlgaros; de Versace y su colorido insultante; la pizza con el champagne; la ostentación de los nuevos ricos. Y acá me detengo para hacer otra observación. Debido a ciertas razones, tengo contacto asiduo y fluido con gente de mucho dinero. Algunos lo traían de la cuna junto con sus dobles apellidos. Y otros lo hicieron en dos años (Oh, milagro!) No puedo generalizar; no suele ser una buena práctica, pero de todos modos he llegado a la conclusión que es más fácil encontrar este tipo de snobs (recordar: snob es “sin nobleza” en su acepción real) en los nuevos ricos que en aquellos que vienen teniendo guita hace innumerables generaciones. Incluso el trato es muy distinto. Y no estoy sugiriendo que los Anchorena Uriburu Prieto de Lavalle sean ejemplos de virtud ni elegancia. Repito: estoy dando la impresión que me genera el contacto con estas dos clases de millonarios. Se de algún Alzaga Garre que contaba las milanesas que quedaban para que las mucamas no se las comieran. Tanto en la maldad o en la bondad de la persona hay algo que comúnmente denominamos clase. Bueno, los nuevos ricos; los que yo pude conocer, carecen de clase. Y lo demuestran en cada acción. Porque necesitan ser aceptados. Punta del Este es una meca; aun teniendo dinero suficiente como para solventarse una casa en Mykonos. Necesitan fumar habanos porque se supone que eso da categoría. Destratan a sus empleados porque, evidentemente, son pobres. Esquivan el buen gusto en decoración, vestimenta y arte como si fuera la peste…Todos recordaran aquel paraguayo que gano el Prode y quiso comprarse un piso en la avenida Libertador y los propietarios de los otros pisos vetaron su ingreso. Hoy, cualquier arribista, aunque su plata hubiese venido derechito desde Ezeiza en una Samsonite, fatiga sus bártulos en dicha avenida. Casi apostaría a que estos tilingos se piden la pizza Chabacana y la acompañan con el champagne mas caro, solo por su precio; no sabrían distinguir entre un Federico de Alvear y un Pommery si no tuvieran el precio a mano.